sábado, 15 de octubre de 2011

LOS CIEN NOMBRES QUE LOS MEXICANOS LE DAN A LA MUERTE


Texto: Julie Sopetrán

                                                  Catrina en la calle, Guadalajara (México)  Foto: Julie Sopetrán

Se acerca la fiesta de Día de Muertos en México. Fiesta tradicional. Lo que entendemos como cesación de la vida, separación del cuerpo y del alma. Lo que vemos como esa figura descarnada del esqueleto humano, símbolo ancestral de esa muerte que nos asusta y nos asombra, mano airada portando su guadaña y de tantas formas expresada en las diferentes culturas... Es lo que siempre ha existido, es parte de lo que somos y es lo que se celebra en esta fiesta tan mexicana. Debemos saber, que en México, la muerte tiene otra cara, sí, es celebrada, es motivo de fiesta, de alegría, de recuerdo compartido y convertido en color, en retorno a la vida y tanto los niños en las escuelas, las familias en casa, como los artistas, los mercados, la ciudad, todo y todos la recrean en sus obras, cada año, en cada celebración de últimos de Octubre y primeros de Noviembre.

             Tres catrinas, San Miguelito - foto de Mary Andrade  http://www.dayofthedead.com/

Recuerdo en uno de mis viajes a Michoacán, nos llevaron a comer a Mary Andrade y a mi a San Miguelito, un restaurante tan original, como hermoso, tan deliciosa su comida, tan convertido en museo, con su bazar, su  galería de arte, su aspecto ceremonial y tantas cosas más que uno bien se podría pasar el día allí olvidándose del mundo, o sentarse en una de sus elegantes mesas degustando la gastronomía mexicana o esperando un buen novio. Su dueña, Cynthia Canelo, sus catrinas,  distribuidas por sus cinco patios, su tienda de diferentes obras de arte, cosas, vajillas, dulces, cerámicas...  Su San Antonio volteado, con la cabeza boca abajo y los pies para arriba, esperando a las solteronas para hacer el milagro.

                   Foto: Mary Andrade  (San Antonio volteado con la cabeza para abajo y los pies para arriba. San Miguelito)
                                                                                http://www.dayofthedead.com/

 El altar de muertos con sus flores, sus fotografías, su comida, sus candelabros su olor a cempasúchil. Tendríamos que dedicar todo un artículo a este restaurante, donde puedes comprar hasta la mesa y las sillas, la vajilla o la mantelería donde se ha comido. Espectacular el ambiente y la atención a los comensales, así como los detalles tan especiales de este lugar que recomiendo visites para cuando vayas a  México.


                            Dibujos del artista Erik Ricardo de Luna Genel

Pero el traer a cuento este lugar, es porque allí encontré una colección única, de los cien nombres que los mexicanos le dan a la muerte, son cartas con las que se puede jugar con estos nombres tan originales como: La Chingada. La Fregada. La Hilacha. La Rasera. La Matadora. La Cargona. La Huesos. La desdentada. La Jodida. La Pelleja. La Cabezona. La Chicharrona. La Canaca. La Indeseada. La Chiripa. La Chicharrona. La Chinita. La Patas de Hilo. La Patas de Catre. La Hilacha. Doña Osamenta. Patas de Catre. Costal de Huesos. La Siriquisiaca. La Fregada. La Pelada. La Espirituosa. La Chifosca. La Chicharrona. La Chupona. La Democrática. La Malquerida.

                                                                                     Dibujo del artista Erik Ricardo de Luna Genel

 La Flaca. María Guadaña. La Enlutada. La Chupona. La Grulla. Patas de Popote. La Polveada. La Comadre. La Dama del Velo, La Indeseada. La Trompada. La Dama delgada. La Curamada. Patas de Ixtle. Patas de Hilo. La Chinita. La Raya. La Hora de la Hora...   Sé que hay más pero sería imposible enumerar tantos nombres ocurrentes y de buen humor que el mexicano le da a la muerte.


                                             Dibujos del artista Erik Ricardo de Luna Genel

Lo llaman lotería, y es un juego divertido para muchos mexicanos de Querétaro, de Guadalajara, de Michoacán, extendido ya a lo largo y ancho de todo el país, porque  la muerte es  y se presenta con calakitas, es una lotería mortuoria "hecha con humor y trazo fino". 
Me dejó tan sorprendida como admirada de tantos nombres dedicados a la muerte y de los dibujos tan bien hechos por el artista Erik Ricardo de Luna Genel, diseñador gráfico, escenógrafo y actor, su compañía era Travestido, un artista al que algún día me encantaría entrevistar, por la investigación que él hizo pateando los pueblos y observando esos nombres que en cada lugar llamaban a la muerte, y haciendo una recopilación de todos ellos.
                                                                                 

 Dibujos del artista Erik Ricardo de Luna Genel

Es un trabajo realmente admirable, por ello, quiero hoy rendirle un homenaje a este artista tan desconocido en España. Porque creo que su obra es única en el mundo y original cien por cien. Empezó con veinticuatro cartas, y creo que superó las cien.
Por si alguien quiere conseguir alguna de sus postales, papel picado, camisetas, cartas, etc., con el motivo de la muerte, su teléfono es 442-224.0910. Así lo indica en la colección que compré en San Miguelito hace ya algunos años.

Catrina en las calles de Guadalajara (México)  Foto: Julie Sopetrán

En realidad La Pelona, es un personaje siniestro, pero que tiene que ver con cada uno de nosotros, queramos o no, todos vamos a morir, todos vamos a conocer a esta mujer tan estrambótica, tan humana y tan divina. Ojalá en España nos tomáramos la muerte con ese humor mexicano, con esa risa abierta y con esa naturalidad sin límites. La lotería de la muerte nos va tocando poco a poco a todos, es la lotería que lleva siempre un premio implicado, un número cero que marca el infinito misterio de desaparecer de este mundo, hasta convertirnos en el famoso "cero a la izquierda". Lo realmente bueno, es mirarlo y nombrarlo, sin miedo alguno, con una sonrisa, con el humor que borra lo tétrico, lo salvajemente triste.

                                                                    Catrina expuesta en las calles de Guadalajara (México) Foto: Julie Sopetrán
Cada carta que ha realizado este gran artista, es un cuento vivo, una historia, un pasado y un futuro, un presente contaminado de inquietudes, de pasiones, de romanticismo, de tragedias, suicidios, pesadillas... Así todo ello nos hace ver, sentir a la muerte de otra forma, sin el pánico o el espanto, sin más, con picardía, como algo tan sencillo y tan natural como la vida misma, para poder hablar hasta reírnos de una forma normal, alegre, y... ¿Por qué no? Chistosa.

                                                    Catrina expuesta en las calles de Guadalajara (México) Foto: Julie Sopetrán
Tal vez todo comenzó con otro artista, el creador de la Catrina. Su inventor fue José Guadalupe Posada, nacido en 1852 en Aguascalientes, creador de más de veinte mil imágenes durante su carrera artística, él  inventó la catrina mucho antes de la Revolución Mexicana. Sus caricaturas han recorrido el mundo entero y hoy son tan populares que a nadie se le puede pasar por alto la famosa muerte con sombrero de gala, como ejemplo de la clase más alta mexicana.

                                                                                La Catrina, creada por José Guadalupe Posada

 Después, los artistas mexicano han manifestado en sus obras, verdaderas bellezas, esculturas, pinturas, dibujos... Incluso Diego Rivera la materializó en su obra. Y todo en honor a la señora de los muchos nombres, la muerte, que según decía Posada, "es la más democrática ya que a fin de cuentas, güera, morena, rica o pobre, toda la gente acaba siendo calavera".
Catrina expuesta en las calles de Guadalajara (México) Foto: Julie Sopetrán

                                                                                                               Catrina de Diego Rivera

Y lo más espectacular es contemplar en las calles de muchas ciudades mexicanas estas catrinas, realmente bellas, impresionantes, quieren confundirse con los transeúntes, pero no pueden, todos las miramos, queremos hacernos fotos con ellas, queremos que nos cuenten esos secretos que tanto nos preocupan del más allá... Ellas, hablan el mismo lenguaje, ellas son todas, la muerte.

lunes, 26 de septiembre de 2011

LOS ARTESANOS MEXICANOS





Texto y fotos: Julie Sopetrán




Tal vez uno de los estados mexicanos que más artesanos tenga sea Michoacán. La magia auténtica de México la encontramos en su artesanía. De México, tenemos que aprender su manera de hacer, el amor a esas cosas, que si no las tratas con cariño, se pierden. Podemos ver al artesano trabajando los hilos en su telar, también a las bordadoras tejiendo los hermosos y llamativos bordados de punto de cruz que dan ese carácter y colorido a un pueblo de artistas. El barro, las lacas y el maque, la cerámica, el cobre, la madera, la miga de pan, el alambre, el vidrio, los bordados y los textiles, la cerámica, las fibras vegetales, el tejido, la cantería, el hierro forjado o herrería artística, la popotería y plumería, el pan de ofrenda y los dulces de colores o calaveras de azúcar, las máscaras, los tapetes, los altares de muerto... Vienen a mi mente esas miniaturas, esos muebles, esa imaginería donde admiramos la creatividad de un país de artesanos que trasciende día a día, minuto a minuto en el tiempo y en el espacio de la creatividad.



Me fascinan esos talleres familiares donde se elaboran diversas artes,  sombreros, petates, objetos que se utilizan en actos ceremoniales. Trajes para la danza, piezas de bordados y deshilado como las colchas o los manteles, sin contar con la belleza inigualable de los vestidos de las mujeres indígenas, trajes de algodón y lana, blusas de hermosos bordados, delantales o sabanillas, enaguas llenas de pliegues... Ni qué hablar de los sarapes o jorongos como los de Zitácuaro, hechos con dibujos de estrellas y aves.





Las capas, vestidos y tocados que tejen las manos femeninas  de San José de Gracia. Los muebles tallados a mano de Tzirimu, con sus pájaros, ángeles, flores y grecas de hermosa plasticidad. Las máscaras para la danza de los viejitos, negritos, santiagos, moros y reyes.   Muñecos para alejar a los malos espíritus o a los malos aires que llegan a la milpa... ¿Lo que llamamos en España espantapájaros?



Adentrarse en los mercados sirve para  reafirmar la riqueza cultural y artística de uno de los pueblos más creativos de la tierra, como lo es México. Las gentes de sus comunidades son auténticos creadores, trabajan manualmente todo tipo de materias y saben armonizar su cotidianidad con esa alegría que proporciona el trabajo en equipo. No se necesita ser especialista, sólo colaborar, querer aprender y dar su quehacer artesano a los demás. Así nace el verdadero artista, en estos grupos familiares donde, desde muy niños maman el arte no sólo de vivir en familia sino de aprender a utilizar sus manos.                                                                                        

La Artesanía que más conozco es la de Michoacán, también la de Puebla, la de Oaxaca, un poco la de Morelos y algunas otras que tienen que ver con los pueblos purépechas, mazahuas, náhuatls, toltecas... Todas estas manifestaciones artesanales, están enriquecidas por las costumbres heredadas de los antepasados, que cada familia trata de conservar y enaltecer. Son comunidades que se reafirman en sus valores y dan continuidad a lo aprendido, si es posible mejorando las formas y los modos a los que se aferran. Su mundo es mágico porque se conforman con el quehacer diario, porque lo que hacen lo hacen por amor al arte, sí, luego lo venden en los mercados por cuatro pesos, pero les queda esa paz interior, esa felicidad del creador que antepone su dicha a la especulación.



Vienen a mi mente, esas piñas gigantes, verdes, esos jarrones monumentales, poncheras,  cántaros que los decoran con finas líneas y motivos florales, animales fundidos en el verde  añoso de Patamban, lugar del que ya os he hablado en otro artículo, siendo allí popular su procesión del día del Corpus.                                                        


Todo es necesario, desde las velas de Oaxaca para las procesiones, los sahumerios para las limpias, las máscaras para las danzas, la ropa ceremonial que lucirán las autoridades indígenas, las jarras para el pulque, las  ollas bruñidas de la comunidad de Cocucho para los frijoles, hechas al fuego, al viento y al barro o las  de Tzintzuntzan, hechas en forma de patos, serpientes, ranas y calabazas, mostrando en su belleza todo el esplendor prehispánico. En este lugar también se admiran las vajillas , jarras y charolas de colores verde, café, blanco, azul y amarillo, hechas con dibujos de peces, aves y soles multiformes.


En otros artículos os he hablado de Santa Fe de la Laguna, un lugar de artesanías especiales. La alfarería de uso ceremonial es destacable en este lugar. Allí se elaboran poncheras, sahumerios y candelabros con su color negro abrillantado siendo populares las ollitas en miniatura que allí se pueden admirar y comprar por muy pocos pesos.  

                    
Los instrumentos musicales de Paracho, Ahuiran y Cherán, donde se hacen guitarras de concierto, contrabajos, violines, vihuelas, charangos y arpas que  utilizan los músicos en la Tierra Caliente. La madera roja de Paracho y Quiroga, es la madera del madroño, la blanca del pino, el cedro, madera convertida en vasos y en muebles que son verdaderas obras de arte. La madera del Aguacate en Uruapan, es excelente para elaborar cucharas, juguetes, juegos de ajedrez, dominós, sonajas, matracas e infinidad de objetos que desbordan la imaginación. Muebles labrados con figuras de animales, famosos en la ciudad de Cuanajo.


Y así sucesivamente iríamos hablando largo de cada pueblo dedicado a sus artesanías.  Las alhajas de Huetamo y Pátzcuaro, guajes, medallones, cruces, collares de la zona mazahua, dijes, pendientes, son verdaderas joyas artesanales. El oro de la Tierra Caliente, la platería, la herrería, el cobre martillado de Santa Clara... No se puede dejar de lado la cestería de carrizo, la palma de Jarácuaro, el tule de Janitzio, los tapetes de estrella y tantos usos que se da a cada planta, creando cristos, imágenes realizadas con la fibra del trigo o panicua. El bordado, la costura es otra de las riquezas artesanales, la mujer teje sin cesar, crea productos textiles a base de hilos, algodón, lana... Rebozos, sarapes, cobijas creados en el telar de pie y de cintura. A cada comunidad le pertenece un quehacer, se le distingue por alguna artesanía.


Viene a mi mente el barro negro bruñido de Oaxaca, tan bien acabado que parece hecho de metal. O la belleza de la cerámica de Talavera perfeccionada en Puebla. El tenango otomí de Hidalgo, los sombreros de Sahuayo, o los de Pómaro y Zacán, y tantos...   


El patrimonio de México son sus artesanos, es un pueblo que hace a mano la vida y lo palpamos en su peculiar cosmogonía, sus culturas precolombinas, sus catrinas, sus costumbres, su perseverancia en preservar la cultura y la herencia de sus ancestros, es admirable y ejemplar para Occidente.


Es un verdadero placer acercarse a los tianguis y admirar la variedad de artes allí expuestas. La perfección brilla en los colores utilizados, en la creatividad que se enriquece con la práctica, la técnica más sutil, las formas más variadas, la estética más y mejor desarrollada, el artista plástico que sabe recrear el conocimiento de su identidad. Son tantas cosas reunidas que parece un caos de armonía... Es el alma de la vida cotidiana, de su folklore, de su idiosincrasia, de su supervivencia...


Es la serenidad de la ocupación en el silencio acogedor de las casas convertidas en talleres familiares, donde hombres, mujeres, jóvenes y niños, van entrelazando las fibras tecnicolores de la ocupación. Allí, el paro no existe. Es posible que no se vendan los productos, "hay que contar con el permiso oficial", para muchas actividades,  los precios son muy bajos, o que se tenga que vender más barato, pero mientras tanto, las manos están ocupadas, la mente está creando,  el genio y el ingenio danzan alrededor de una gran riqueza: la que se engendra en la humilde choza junto al maíz recién pizcado.


En Zirahuén, Pamatácuaro, Quinceo, las cucharitas de madera ya están listas. La paciencia, la observación, la entrega fue necesaria para realizar la plumaria en el taller-familia de Tlapujahua, hubo que pegar sobre un cartón, cuero o lámina de cobre -basándose en un dibujo- plumas de diferentes colores y texturas hasta lograr la figura deseada. Para conseguirlo se han necesitado muchas horas de trabajo y de imaginación.


Podríamos estar mucho tiempo hablando de artesanías, de artesanos. Apenas he nombrado el papel picado o a los toros de petate, la pasta de caña,  los juegos pirotécnicos etc. etc.. Cada una de las artes nombradas merecerían otros artículos... Termino, invitando al lector a interesarse por estas manualidades artísticas que dan magia y color a México. Que son esencia y sabor de un país de artistas. Porque México no puede concebirse sin sus artesanías, sin sus innumerables creadores que son los artesanos. La gente que habita estos lugares, gente más bien pobre que sobrevive gracias a su imaginación y laboriosidad. Creo que de ellos, los españoles, hoy, tenemos mucho que aprender.   

jueves, 14 de julio de 2011

UN AGUSTINO QUE MERECE SER RECORDADO: FRAY ALONSO DE LA VERA CRUZ


Por Julie Sopetrán


LOS AGUSTINOS

Mucho se ha hablado de los misioneros españoles en América, los hubo buenos y malos, avaros y generosos, dedicados a la misión y dedicados a otras cosas no tan altruistas. Entre estos misioneros buenos, encontramos a Fray Alonso de la Vera Cruz, agustino, partió de Castilla hacia la Nueva España en el año de 1533 arribó en el Puerto de la Veracruz. Fueron siete los agustinos de la “nueva barcada”, el pueblo los llamó “Los siete de la Fama”, primero se encaminaron a la ciudad de México, durante cuarenta días fueron acogidos por los padres dominicos que habían llegado seis años antes que ellos. Más tarde, alquilaron una casa y fundaron su propio convento. Su misión, era la de predicar el evangelio a los indígenas, por lo que pidieron permiso a la Audiencia  Real para llegar a las provincias más apartadas. Ni los dominicos  ni los franciscanos, estos últimos llevaban ya nueve años en México, ninguno había llevado esta nueva predicación del evangelio a los pueblos nativos.  Se les concedió la licencia y los siete agustinos se repartieron diferentes lugares.

                                                                                         Tiripetío. Morelia  (Michoacán)

En cuatro años estos misioneros evangelizaron diferentes provincias, El Marquesado, Tlapa y Chilapa; su misión era la de bautizar, administrar sacramentos, celebrar la santa misa, derribar templos de la idolatría y edificar hermosísimas iglesias donde Cristo fuera reverenciado, edificios y templos que fueron los primeros que los agustinos crearon en la Nueva España. 
En 1537 iniciaron la organización del pueblo y la construcción de edificios, evangelizaron distintas poblaciones de la Tierra Caliente, lugar árido y de mucho calor, que según cuentan estaba llena de “mosquitos y malas sabandijas” y donde había más idolatría y el demonio habitaba a su libre albedrío. Se sumaron más agustinos venidos de España, les ayudó don Juan Alvarado, “caballero muy cristiano” que incluso les dio posada en su casa, para que desde allí se lanzaran a evangelizar la Tierra Caliente.

Así llegaron a la encomienda de Tiripetío. Este nombre significa “lugar de oro”. Los indígenas hacen referencia al valor espiritual y religioso que ellos le daban a la población, creyendo que aquel era un lugar divino. Pues aunque allí existen unas minas, se dice que nunca hubo oro. Hirepan y Tangaxoan fueron los que conquistaron Tiripetío, a mediados del siglo XIV, ellos eran los sobrinos de Tariacuri y gobernaban el Reino que según cuenta la Relación de Michoacán, tenían su capital en Tzintzuntzan.
 “En la cabecera había más de cinco mil vecinos y tenía muchas Visitas tres leguas en contorno”. Dicen que en este lugar habitaba buena gente. Esta gente vivía en “riscos, bohíos, cabañas o chosas rústicas, sin trazas de edificios”. Los agustinos, ayudados por maestros venidos de México trazaron las calles y plazas. Se trajo el agua de dos leguas con buenas cañerías… Y también se les enseñó a los nativos distintos oficios necesarios para vivir, sastrería, carpintería, herrería, tintoreros, pintores, canteros…

                                                 Capital del Reino purepecha: Pirámides de Tzintzuntzan.

Tiripetío era la escuela de todos los oficios convirtiéndose en el centro cultural de aquellos pueblos de Michoacán.  La construcción de la Iglesia duró diez años, se comenzó en 1538 y se terminó en 1548. Al oriente del pueblo levantaron, los agustinos, ayudados por las manos nativas, el Hospital. Y también la Escuela, los niños desde los ocho años aprendían a leer, escribir y cantar. Ya era famoso su órgano en aquella época. Llevaron los instrumentos musicales desde Toledo, España. Y dicen que los jóvenes indios de Tiripetío eran eminentes en el arte de la música. También construyeron el Convento, les llevó terminarlo dos años y medio, lo hicieron todo de cantería, un claustro pequeño junto a la iglesia, todo de madera y unas diez y seis celdas pequeñas de cuatro varas cada una, abajo el refectorio.

Exconvento aagustino. Foto: Agustín Ruíz

De este pueblo de Tiripetío, antiguos documentos dicen que “está cercado de muchas aguas, lindos campos que con la abundancia de las aguas son amenos, lindas ciénagas para ganado, y en cuanto a las vistas de oriente, poniente y medio día, sumamente agradables… tiene el monte que abriga su viento, el temple es frío por estar fundado en las haldas de esta tierra.”
Tiripetío era ya el centro cultural de Michoacán, y las construcciones seguirían dando color y vida a lo emprendido.
Este lugar era el indicado para crear la Primera Casa de Estudios Mayores de toda la Nueva España de los Agustinos. “Poner una casa con muchos frailes” ese fue su objetivo para seguir conquistando espiritualmente la Tierra Caliente. El Convento estaba terminado, ese era el lugar indicado para maestros y lectores, para poder enseñar cursos, para que vinieran más agustinos a predicar el Evangelio, el lugar era tan apropiado que se pondría en marcha la Casa de Estudios Mayores de Tiripetío, su padre provincial era Jorge de Ávila, uno de los siete primeros agustinos de los que hablaba al principio y fue él, quien ordenó que viniera a la Nueva España fray Alonso de la Veracruz, para leer un curso de Artes (Filosofía) y también de Teología y así él aprendiera la lengua tarasca.


FRAY ALONSO DE LA VERACRUZ

Fray Alonso de la Veracruz nació en 1504, en el siglo XVI, muy cerca de donde yo vivo hoy, Caspueñas, provincia de Guadalajara en España, sus padres, muy bien acomodados, doña Leonor Gutiérrez y don Francisco Gutiérrez, dieron a su hijo una buena educación.

                                En este pueblecito de Caspueñas (Guadalajara) España, nació Fray Alonso de la Vera Cruz (Foto: Julie Sopetrán)

Terminadas las primeras letras, lo mandaron a estudiar humanidades a la Universidad Complutense de Alcalá de Henares. Universidad fundada en 1508 por el Cardenal Cisneros.  Allí terminó sus estudios en el “ciclo humanístico del Trivium medieval: gramática, retórica y dialéctica”.


Placa Homenaje a Fray Alonso que se encuentra en la pared de la Iglesia Parroquial de Caspueñas (Foto: Julie Sopetrán)

Imaginamos que uno de sus profesores fue Antonio de Nebrija. De Alcalá Fray Alonso marchó a la Universidad de Salamanca donde concluyó sus cursos de filosofía (Artes) y teología, teniendo como profesores dominicos a Francisco de Vitoria y Domingo de Soto que lo dirigieron hacia la filosofía tomista, siendo además de filósofo un gran teólogo y jurista. Dicen que Alonso Gutiérrez fue un gran estudiante. Terminados sus estudios se convirtió en Maestro en Teología, aunque no era fraile se ordenó de sacerdote secular. Más tarde se le nombró catedrático de la universidad salmantina donde dio un curso de Filosofía. Don Iñigo López Hurtado de Mendoza, cuarto duque del Infantado, le confió la educación de dos de sus hijos.

de San Agustín en Morelia, Michoacán

de San Agustín en Morelia, Michoacán

Fray Alonso de la Veracruz en su cátedra de Tiripetío. Óleo anónimo, sacristía de la iglesia
de San Agustín en Morelia, Michoacán
                                                                                   Fray Alonso de la Vera Cruz

Su Maestro Victoria ya le había hablado a Fray Alonso, de los indios, y esto le sedujo a tal extremo, que ante la necesidad de un profesor de Filosofía en Tiripetío aceptó “seguir a un fraile que no conocía” y llegar a “tierras que tampoco conocía” sin tratar siquiera lo que le habrían de dar a cambio.  Y fue así como en la “tercera barcada” de agustinos Fray Francisco de la Cruz y Alonso Gutiérrez, zarparon de Sevilla a México. El barco era inseguro y desprovisto de comodidad, su aventura era ya con el Nuevo Mundo. Y fue en ese camino de agua y turbulencia, el Padre de la Cruz, inculcó en Fray Alonso el deseo de vestir el hábito agustino. Cambió su apellido Gutiérrez por el de Vera Cruz. Llegaron a México el 2 de Julio de 1536. Durante un año fue novicio en el convento de Santa María de Gracia y “salió bien enseñado de las cosas de virtud”. Más tarde fue Maestro de Novicios durante tres años. Y ya definitivamente en 1540, tenía entonces 35 años, era un acreditado Scholastico o Magíster, así se llamaba en la Alta Edad Media al maestro que enseñaba en las escuelas catedralicias. Le mandaron a la Casa de Estudios Mayores en Tiripetío. Allí sería formador de futuros misioneros. Aprendió la lengua tarasca y adoctrinó en ella a los indios, acompañado de sus alumnos. Enseñaba Gramática, Lógica, Retórica, Geometría, Aritmética, Astronomía y Música, pero especialmente Filosofía y Teología.
 
Fray Alonso de la Vera Cruz en su cátedra de Tiripetío. Oleo anónimo. Se encuentra en la Sacristía de San Agustín en Morelia
Según explica Juan Hernández de Luna, Director Fundador  del Centro de Estudios sobre la cultura Nicolaita, del que recojo estos datos, “en las universidades españolas y en general en todas las universidades europeas de entonces, para enseñar artes liberales era necesario primero haber cursado el bachillerato, después la licenciatura, luego dar la primera lección y recibir el título de maestro en artes. Si tras de esto se quería llegar a ser teólogo, debía cursar tres bachilleratos y luego su licenciatura, con la cual podía llegar a ser maestro y doctor en teología. Respecto a la edad se requería para enseñar artes liberales o filosofía tener por lo menos veintiún años y treinta y cuatro para enseñar teología”.
Por ello, Fray Alonso llevó a México, cursos de Artes vigentes en las universidades europeas de aquella época, creando una escuela de afianzada estructura cultural y humanística. El curso alonsino de artes, lo escribió en latín en Tiripetío y luego lo publicó en México son tres obras que llevan por título: Recognitio Summularum, (1554) Dialéctica Resoilutio (1554) y Physica Speculatio (1557).

De 1540 a 1546 llamaban a Tiripetío la Jerusalén de Michoacán. Gracias a hombres como Fray Alonso de la Veracruz podemos leer:
“Tiripetío fue el primer lugar por lo menos para la Orden N.P.S. Agustín, donde se comenzó a leer públicamente en en cátedra, las mayores de Artes y Teología. Aquí vino el hijo del Rey purépecha Caltzontzin, que había vivido en Tzintzuntzan, D. Antonio, para que el P. Maestro le enseñase, que es circunstancia que ennoblece este estudio, ver por oyente un hijo de un Rey, el cual salió muy hábil. De donde se conocerá la capacidad de los naturales”.
La teoría y la práctica iban unidas en sus enseñanzas, el pensamiento era acción.  No tenía significado su filosofía si no la ponía en práctica con sus alumnos, su base era el rigor y la seriedad académica, la ética y la moral. Él salía con sus alumnos a Tierra Caliente a administrar y predicar el Evangelio y lo que les había explicado en el aula, había que ponerlo en la práctica. Él fue el primero que dio la comunión a los tarascos. Mucho se ha escrito de Fray Alonso y también mucho de su autoría se habrá perdido.
Según Mari luz Suárez Herrera, el estadounidense Ernest Joseph Burrus, de el Paso, Texas, padre general de la Compañía de Jesús, en 1950, estudiando sobre obras históricas de México, en una biblioteca privada, encuentra unos escritos de Fray Alonso y es autor de 5 tomos  de los artículos perdidos  y desconocidos del agustino alcarreño.
Fray Alonso fue uno de esos hombres cultos, que defendió a los indios, que les enseñó lo que él había aprendido, que compartió el fruto de su vida y su inteligencia, fue una de esas voces que defendió los derechos humanos y clamó contra la esclavitud. Fue pionero de la filosofía escolástica en México, no sólo fundó cátedras, colegios, bibliotecas sino que creó también la universidad. Fundó Casas de Estudios Mayores en Tiripetio, Páztcuaro, Tacámbaro y Atotonilco. Sus obras filosóficas fueron las primeras editadas en el Nuevo Mundo. Sucedió a Vasco de Quiroga en el gobierno del obispado de Michoacán. Fundó varios conventos. Fue catedrático en la Universidad de México Este gran pionero de la cultura es para el pensamiento novohispano, todo un héroe que apenas es hoy conocido en España. Funda el Colegio de San Pablo. Envía religiosos a Filipinas. Y él es el primer profesor y catedrático de Filosofía en México y en el Continente Americano. Lo que verdaderamente admiro de este hombre es su entrega, al amor.

Él escribió sobre esas cosas que no justifican la guerra de conquista hecha a los indios. Viaja a España, con el fin de que los indios no paguen diezmos. Le ofrecen varios puestos de trabajo pero no los acepta y vuelve a su misión. Su obra es apasionante. No le gusta el modo como se llevó a cabo la conquista y en su obra explica su filosofía que da para muchas horas de reflexión. «¿Cómo se piensa bien? ¿Qué relación hay entre el pensar y el ser? ¿Qué es la naturaleza? ¿Qué es el alma?». Muchas preguntas pero lo que verdaderamente admiro de este hombre es su entrega, a su fe, a sus creencias, a los indios, al amor.
Murió en la ciudad de México,  en el Colegio de San Pablo 1584, donde hoy se encuentran sus restos.


martes, 14 de junio de 2011

LAS CALLES DE MÉXICO

                                                            

Fotos y texto de Julie Sopetrán




Pasear por las calles de México es sentir con el alma de sus gentes. Es ver, palpar con los cinco sentidos todo el encanto de la ciudad, pueblo u entorno. Ese espacio urbano lineal que es la calle se transforma en algo familiar, algo que ofrece el ambiente que es el que caracteriza a un pueblo. 



Esa circulación de personas, vehículos, tiendas ambulantes, edificios, solares, puertas, restaurantes, soportales, balcones que se encuentran a ambos lados tienen una longitud y amplitud indefinida. Pero nada sería sin sus gentes. Ese cruce de calles, esa plaza, esa “cuadra” por caminar, ese parque urbano, ese monumento, esa farola, museo, fuente central, entorno, café, ese número que buscas, esa iglesia, la calle no tiene final, no tiene límite con el campo, porque te sientes envuelta en sus mil maneras de ser y estar con sus habitantes.

Las calles han crecido en el camino, así se han formado los caseríos, los pueblos, las ciudades. La calle en México es el soporte de toda actividad. Ves gente que va al trabajo, a casa, a comprar, niños que van a la escuela, gente que camina, espacios abiertos para el encuentro, para conversar, terrazas para tomar algo con los amigos, balcones abiertos con personas que se asoman y conversan con los vecinos, abuelos que pasean, jóvenes que se divierten, limpiabotas que esperan a sus clientes, taxistas…

Hasta los mismos pájaros encuentran su árbol en esas avenidas anchas de Jalisco, Puebla, Morelia, Oaxaca, Cuernavaca… En la más sencilla calle de cualquier pueblo de México que concluye en el zócalo de la ciudad, todo pasa: una procesión, un desfile, una feria, un mercadillo, una fiesta, un cumpleaños, una boda, un turista despistado, un comercio que nos invita a entrar desde el escaparate…



La cultura, el diseño, el arte, todo está en la calle. Es en la calle donde  encuentras la música, la danza, la expectación del transeúnte más estrafalario o del más elegante. También en la calle se encuentran las protestas del que no está conforme con el sistema. El loco que expresa su religión a voz en grito. Tantas y tantas expresiones como modos de ser y de pensar existen en esta humanidad que se realiza en los espacios públicos. Expresiones que podemos contemplarlas a plena luz del sol en las calles de cualquier ciudad mexicana. Incluso la pobreza y la riqueza se manifiestan espontáneamente si observamos nuestras maneras sentados en un banco viendo pasar la gente…



En México y en todas las partes del mundo, observando las calles podemos saber como es y como respira un país. Porque la calle también es un escenario de conductas, donde se manifiestan las buenas y las malas obras. Los ladrones están en la calle. La violencia también está en la calle. La calle es un refugio y un escape. ¿Y qué haría un periódico sin una calle? Porque la calle es también el centro de las comunicaciones.


La vida en México tiene un doble sentido, una dimensión etérea, humana, que la convierte en culto, en esencia de costumbres. Y sus costumbres están también en la calle. En la calle que va al cementerio, en la calle que va al mercado, en la calle donde se oye la música, donde se respira el silencio. Sus ritos nos envuelven, su magia nos cautiva, su semblanza nos une y nos empuja al ambiente más variado y también en la calle está el miedo.


Sus calles son históricas porque en ellas se ha vivido y se ha muerto por la revolución, por los ideales.  Caminar por cualquier calle de México es como teñirse de colores para conocer lo trascendente. Lo que merece la pena imprimir en nuestra memoria de viaje. Gentes, paisajes, monumentos, puertas que se abren para sentir el abrazo de América, para comprender a sus dioses y sobre todo sus grandes misterios. Porque el alma de México, cuando caminas por sus calles, te lleva de la mano al más fiero y al más dulce de sus hechizos.

Es necesario viajar para ver, para sentir otra historia muy distinta a la que nos enseñaron. Es necesario caminar sus calles y salir a sus caminos, conocer mejor el mestizaje, abrazar al indígena que vive en armonía con la naturaleza, aprender de su día a día y apreciar aquello que nadie puede conquistar como es lo más auténtico de un pueblo, su acervo, su saber, su conocimiento, su folclore, su filosofía. 


 Revivir instantes es reconquistar la magia. La instantánea no pasa por el filtro casualmente, antes de que esto suceda existe la vivencia, la inspiración, el capricho en la mirada. Señal o fábula, lo importante es captar el sentido, la primicia, la fuerza y el poder de lo que está en las calles, de lo que existe ante nuestros ojos: esa frágil y cambiante imagen del momento, que también, por arte de magia, podemos retener y, ahora, compartir.


Las calles de México son una muestra viva y activa de grandes contenidos históricos, literarios, humanos, que cercan y acercan, pero también, a la vez, liberan el espíritu. Porque son contenidos de la interioridad y el enclave. Estas calles enriquecen nuestro espíritu, invito a la experiencia, al detalle para que hagas más cercana esa vida en México.

Hoy aproximo mi lente a tu curiosidad, amigo lector, en este artículo muestro distintos aspectos de su vida, de sus calles que hablan por sí solas de la actividad y confluencia de gentes, actividades, vehículos, momentos… Algunas fotos fueron tomadas hace años, otras son más actuales.

Dicen que la leyenda es aquello que debe ser leído, yo no puedo darte a leer cada leyenda de cada calle visitada, pero sí de aquello insignificante que capté para dártelo. Te aseguro que cada rincón es una enciclopedia de anécdotas, de vidas, de entramados, de historias completas e incompletas. Espero que la imagen cautive tu imaginación y te lleve una muestra de la vida en México. A la vez te invito a visitar este gran país.